En el silencio del Viernes Santo la Cruz se alza una vez más como faro. No es símbolo de derrota, sino de amor llevado hasta el extremo. En sus llagas, nuestras heridas encuentran refugio. En su sangre, nuestra debilidad es purificada.
La Cruz no es el final, es el abrazo inmenso de Dios a la humanidad herida.
Esta tarde, nuestra Hermandad saldrá de nuevo a las calles en penitencia. Lo hará en silencio con el Santo Crucifijo de los Milagros, signo de redención y esperanza. A sus pies, como estuvo en el Calvario, María Santísima de la Concepción, la Madre, la que permanece firme junto a la Cruz.
Sin palabras, pero con el alma abierta, cada hermano será testigo y testimonio. Cada paso será oración. Cada mirada, ofrenda.
Nuestra estación de penitencia no es un desfile: es una confesión pública de fe, un acto de amor, un encuentro con el Misterio.
Que esta noche, al contemplar el madero santo y los rostros que lo acompañan, resuene en lo más hondo esa verdad que nunca muere: hemos sido salvado.
Santo Crucifijo de los Milagros
Tu pasión nos conforta
María Santísima de la Concepción
Ruega por nosotros
📸 Pablo Anaya