En el silencio del Viernes Santo la Cruz se alza una vez más como faro. No es símbolo de derrota, sino de amor llevado hasta el extremo. En sus llagas, nuestras heridas encuentran refugio. En su sangre, nuestra debilidad es purificada.
La Cruz no es el final, es el abrazo inmenso de Dios a la humanidad herida.
Esta tarde, nuestra Hermandad saldrá de nuevo a las calles en penitencia. Lo hará en silencio con el Santo Crucifijo de los Milagros, signo de redención y esperanza. A sus pies, como estuvo en el Calvario, María Santísima de la Concepción, la Madre, la que permanece firme junto a la Cruz.